
El cine clásico es mucho más agradecido que el cine actual. En la última década he visto muy pocas películas en pantalla grande que puedan considerarse a la altura de "Los Imperecederos". Muy de vez en cuando aparece algún trabajo que por un motivo u otro me llama la atención, léase: Gladiator, Mulholland Drive, El Señor de los Anillos, Kill Bill, Million Dollar Baby, Old Boy, Sin City... (a más de uno le habrá desconcertado esta variopinta selección), pero incluso en estos casos estamos hablando ya de algo muy distinto a lo que se hacía entonces. ¡Ojo!, digo distinto, que no peor, porque, dicho sea de paso, tampoco soy de los que afirman que cualquier tiempo pasado fue mejor. Cada producto tiene su lugar y su momento. Y no creo que sea muy acertado echar siempre la vista atrás con nostalgia; no es esa la mejor forma de disfrutar el momento presente.
En mi opinión, una buena película es aquella que puede ser vista una y otra vez y aun así no cansa. Está claro que la primera vez será siempre algo especial puesto que, para bien o para mal, es la que te deja la impronta más fuerte, y el momento en que decides si lo que has visto te gusta o no, pero, si la película es buena, el encanto continuará en sucesivas revisiones, siempre seremos capaces de descubrir algún detalle que pasamos por alto durante el primer visionado, probablemente nos volvamos a emocionar en las mismas escenas, y casi con toda seguridad seremos capaces de revivir nuevamente la historia con la curiosidad e ilusión del primer día. Es como si la estuviéramos descubriendo de nuevo.
Me parece que era Frank Capra ─The Name above the Title─ quien afirmaba que toda película debe contener al menos tres o cuatro momentos destinados a permanecer en la memoria del espectador incluso cuando el argumento ha sido olvidado. Se puede olvidar todo menos esos momentos. Son aquellas escenas que, pasado el tiempo, "tirarán" de nosotros y nos harán volver a vivir nuevamente la experiencia de ponernos frente a la pantalla. Cuánta razón tenía este hombre... Hoy en día no se trabaja conforme a esa directriz básica. Sin ir más lejos, del remake que han estrenado hace poco de Ultimátum a la Tierra no recuerdo ya nada salvable; es, prácticamente, como si no la hubiera visto, ningún elemento dejó huella positiva en mí...
Sin embargo, ¿quién no se acuerda de aquel famoso travelling en que vemos a un eufórico George Bailey (James Stewart) recorriendo las calles nevadas de Bedford Falls después de haberse reconciliado con la vida en ¡Qué Bello es Vivir!?. Seguramente casi todos podemos recordar también más de una de las frases que salían por la boca de Humphrey Bogart en películas como Casablanca o El Sueño Eterno. ¿Es posible olvidar, después de haberlo visto, el desafiante monóculo de Charles Laughton en Testigo de Cargo o el "enanito en el estómago" de Edward G. Robinson en Perdición?. A Kirk Douglas haciendo de Espartaco, a Orson Welles interpretando a Charles Foster Kane en Ciudadano Kane, a Spencer Tracy y sus entusiastas discursos en La Herencia del Viento, al curioso grupo de personas que reunió en torno suyo John Wayne en la portentosa Río Bravo; Henry Fonda en Las Uvas de la Ira, Jack Lemmon y Tony Curtis en Con Faldas y a lo Loco... Y, ¿qué me dicen de los increíbles números musicales protagonizados por Fred Astaire y Ginger Rogers? Mentalmente íbamos siguiendo las coreografías y casi nos creíamos capaces de poder bailar como "El Maestro": eso se llama Magia. O lo que disfrutamos viendo el caos que iban sembrando a su paso los Hermanos Marx en aquellas alocadas comedias de los años 30. Sin olvidar la elegancia innata de la que hacía gala Cary Grant en todos sus trabajos, y, por supuesto, la belleza y el glamour que desprendían las actrices de antes: Marilyn Monroe, Audrey Hepburn, Lauren Bacall, Ava Gardner, Marlene Dietrich, Katharine Hepburn, Bette Davis, Elizabeth Taylor, Jean Simmons y un largo etcétera. Hoy en día la mayoría de las actrices que pululan por cartelera no son más que una extraña y llamativa combinación de tres elementos: culos realzados, tetas siliconadas y labios hialurónicos. Las curvas artificiales acabaron con el glamour o, mejor dicho, con el encanto (para qué usar un extranjerismo cuando existe el equivalente en castellano). Cambiaron tantas cosas...
Y no es que todo el cine que se hacía antes fuera bueno y el que se hace ahora sea malo. También se hacían auténticos "pestiños" en los años 40. Sin embargo, el número de obras maestras que aparecía anualmente en aquella época era infinitamente superior al que podemos encontrarnos en el cine actual. Tal vez fue una época propicia, La Edad Dorada del Cine... TALENTO es la palabra clave, justo lo que escasea hoy en día en la cartelera.