Con una puesta en escena sencilla y rodado casi exclusivamente en una única localización, el maestro Eastwood ha vuelto a regalarnos otro interesante trabajo, en esta ocasión con un cierto aire testamentario, para narrarnos la historia de un viejo gruñón ex combatiente de la Guerra de Corea, que acaba de perder a su querida esposa, su mayor asidero en esta vida, y que ahora se ve obligado a convivir con unos vecinos asiáticos a los que no puede ver ni en pintura.
Atormentado por el pasado y asqueado ya de casi todo bicho viviente -me encantan la reminiscencias de cowboy que tiene su personaje Walt Kowalski- (recuérdense, por ejemplo, la costumbre de escupir al suelo o los demoledores disparos que simula con la mano), no será hasta el momento en que entabla una cierta amistad con la hermana mayor del asiático que intentó robar su Gran Torino del 72 (siempre me llamó la atención lo dados que son los yanquis a recordar y remarcar el año de fabricación de cada modelo de coche), cuando comience a replantearse la actitud vital a seguir. Es curioso ver cómo al final logra establecer unos vínculos afectivos más fuertes con los vecinos de ojos rasgados, a quienes odiaba al principio de la historia, que con su propia familia, con la que nunca llegó a entenderse.
Bajo la aparente fachada de telefilm que pudiera tener la primera parte de la cinta, y pese a lo excesivamente caricaturesco de algunas escenas, se esconde el cuidado trabajo de todo un artesano que, de forma muy inteligente, consideró dejar la artillería pesada para el final. Es precisamente en esos fantásticos últimos 20 ó 25 minutos de la película cuando el amigo Clint nos da toda una lección de cine y de vida. Seguramente, de forma parecida a lo que debió de experimentar su personaje en la última escena, a uno le asalta un sentimiento tremendo de paz y liberación cuando empiezan a sonar las primeras notas musicales del maravilloso tema que suena durante los títulos de crédito. Me dejó muy buen sabor de boca.
Y no es que sea un desenlace totalmente sorprendente o innovador (en realidad hasta se ve venir...), lo que realmente gusta es verlo en la imponente figura de Clint Eastwood. Simplemente por oír algunas de las perlas que suelta su Walt Kowalski viendo su dura pose en riguroso contrapicado, ya habría merecido la pena pagar el precio de una entrada. Una muy buena excusa para pasarse por las salas de cine.
Atormentado por el pasado y asqueado ya de casi todo bicho viviente -me encantan la reminiscencias de cowboy que tiene su personaje Walt Kowalski- (recuérdense, por ejemplo, la costumbre de escupir al suelo o los demoledores disparos que simula con la mano), no será hasta el momento en que entabla una cierta amistad con la hermana mayor del asiático que intentó robar su Gran Torino del 72 (siempre me llamó la atención lo dados que son los yanquis a recordar y remarcar el año de fabricación de cada modelo de coche), cuando comience a replantearse la actitud vital a seguir. Es curioso ver cómo al final logra establecer unos vínculos afectivos más fuertes con los vecinos de ojos rasgados, a quienes odiaba al principio de la historia, que con su propia familia, con la que nunca llegó a entenderse.
Bajo la aparente fachada de telefilm que pudiera tener la primera parte de la cinta, y pese a lo excesivamente caricaturesco de algunas escenas, se esconde el cuidado trabajo de todo un artesano que, de forma muy inteligente, consideró dejar la artillería pesada para el final. Es precisamente en esos fantásticos últimos 20 ó 25 minutos de la película cuando el amigo Clint nos da toda una lección de cine y de vida. Seguramente, de forma parecida a lo que debió de experimentar su personaje en la última escena, a uno le asalta un sentimiento tremendo de paz y liberación cuando empiezan a sonar las primeras notas musicales del maravilloso tema que suena durante los títulos de crédito. Me dejó muy buen sabor de boca.
Y no es que sea un desenlace totalmente sorprendente o innovador (en realidad hasta se ve venir...), lo que realmente gusta es verlo en la imponente figura de Clint Eastwood. Simplemente por oír algunas de las perlas que suelta su Walt Kowalski viendo su dura pose en riguroso contrapicado, ya habría merecido la pena pagar el precio de una entrada. Una muy buena excusa para pasarse por las salas de cine.
-Your world is nothing more than all the tiny things you've left behind-
4 comentarios:
Hablé ayer de ella y ¿qué quieres que te diga? Creo que pasará a la historia como la obra maestra que es, sólo habrá que asimilar su poderosísimo mensaje, oculto tras lo que parece un mero ejercicio de estilo. Y es que Eastwood nunca se ha destacado por ser frívolo. Los títulos de crédito, con esa voz rasposa al principio, bueno... ¡emocionante!
También la comentamos en el blog; y hubo disparidad de criterios. Para mí está claro: Una maravilla. ¿Qué será capaz de hacer Eastwood a partir de ahora?
Una película inmensa, con múltiples lecturas y otros tantos temas, desde el racismo y como se convierte en una postura difícil de mantener cuando al “enemigo” le pones cara, al archirepetido mensaje “la violencia sólo engendra violencia” contado con una rotundidad abrumadora, hasta como tratamos a nuestros mayores en la sociedad actual.
Sin duda, una película cien por cien recomendable, así que, suscribo tus palabras y me sumo a tu recomendación.
Un saludo
Una obra genial, tan sensible y conmovedora como ya estamos acostumbrados a que sean muchas de las películas del abuelo Clint.
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