¿Sabíais que el mayor diamante que se conoce hasta la fecha no está expuesto en ninguna vitrina? Está ahí arriba, sobre nuestras cabezas, ¡y sin alarma que lo proteja! Sus 4.000 kilómetros de diámetro y los 50 años luz de distancia que lo separan de nuestro planeta son dos más que poderosas razones para no temer por su robo. Lo bautizaron Lucy, en honor a aquella psicodélica canción de los años sesenta.
Y es que se cree que el núcleo de toda enana blanca (el último estadio en el ciclo vital de la mayoría de las estrellas de masa intermedia) no es más que una mastodóntica megaestructura de carbono cristalizado, en definitiva, un superdiamante.
Sirio A, en el centro, y Sirio B (enana blanca), debajo y a la izquierda
Para comprender cómo llegó hasta ahí ese diamante, quizá lo más conveniente sea explicar algo acerca de física estelar. Como sabemos, en una estrella existe siempre un equilibrio entre la fuerza gravitatoria, que tiende a colapsarla, y el efecto térmico debido a la fusión nuclear, que tiende a expandirla. Pues bien, cuando la estrella agota todo su hidrógeno mediante la fusión nuclear en helio, este equilibrio se rompe. La gravedad acaba imponiéndose y se genera entonces tanto calor que las capas externas de la estrella se calientan, hinchándose ésta, y dando lugar a lo que se conoce como una gigante roja. Llegado a este punto en el ciclo vital de la estrella (su fin se acerca), el calor generado es tan alto que la estrella comenzará a fusionar el helio en carbono, generándose a partir de ese instante unas olas de energía que acabarán reventando las capas exteriores y haciendo que sólo quede su núcleo: la enana blanca, del tamaño de la Tierra, pero un millón de veces más densa. Y en el corazón de toda enana blanca, un diamante puro de miles de kilómetros de diámetro, fruto de esa segunda fase de fusión nuclear y la elevada presión interna (recuérdese que la primera fase es la que fusiona el hidrógeno en helio).
Esto es, grosso modo, lo que sucede con las estrellas de masa inferior a unas 10 masas solares (lo que le espera a nuestro Sol dentro de unos 5.000 millones de años). Las estrellas masivas suelen tener un final mucho más violento. Otro día os hablo de las explosiones supernova, las estrellas de neutrones y los agujeros negros. Ahora os dejo, no con aquella canción de los Beatles, que resultaría demasiado evidente, sino con esta otra de Pink Floyd que me gusta aún más si cabe. Merece la pena pulsar el 'play' y relajarse un rato (algo más de diecisiete minutos), mientras suena este "Shine on you Crazy Diamond". Inmensa, y no sólo en duración.